POR: |tixola|

Ana Rodriguez Rodriguez

Ylustraciones |cazo|

Siddartha Rodrigo Clúa

jueves, 10 de enero de 2008

CAPÍTULO II; PERFECTO



Entre gritos y dolor llegó Perfecto al mundo. Su madre ni siquiera le miró y él optó por quedarse callado. Tembloroso, todavía ensangrentado, observó por primera vez sus manos neonatas. No eran las de un bebé. Aquellas manos eran ásperas, duras, las uñas malformadas y rugosas. Y, contemplándolas detenidamente en el silencio, Perfecto supo desde aquel preciso instante, en el que el aire apenas acababa de rozar sus pulmones, que su destino era trabajar.

Ni un solo día de su infancia dejó Perfecto de palpar sus manos, de observarlas disgustado; pues no auguraban un futuro de comodidades. Observaba el niño a sus hermanas adolescentes cubrirse la tez con los posos del vino que su padre, arriero de profesión, transportaba de pueblo en pueblo. “Para suavizar la piel”, decían; y suavidad era lo que él tanto anhelaba. De modo que un buen día, cuando nadie miraba, introdujo sus pequeñas manitas manchadas de tierra en las tinajas de aromático líquido y se sentó a esperar con la dermis todavía empapada en el ácido jugo. Pero cuando su padre volvió… ¡Ay, cuándo su padre volvió! Los gritos movieron con su vibración la luna provocando irascibles mareas que dejaron sin peces al mar y sin lluvia a los campos. Y Perfecto pensaba… “Merecerá la pena cuando mis manos sean las de un conde”. Pero esperó y esperó, sentado en aquella piedra, castigado contra la pared, ayudando en las tareas de la casa. Esperó, pero sus frágiles deditos continuaban siendo como lija de carpintero.

A los 14 años terminó Perfecto por convencerse de que jamás sus caricias serían las de una pluma y, sin saber siquiera leer, embarcó hacia la Habana en el enorme buque de las almas en pena. Y lloró. Lloró cincuenta días con sus cincuenta largas noches, asustado por el futuro de aquel que debe ser hombre siendo todavía niño.

Observó en las Indias el trato que se daba a los que eran como él y terminó de comprender entonces lo que el destino había grabado en sus huellas digitales. Alquiló una habitación pequeña y vacía en la buhardilla de un casino y comenzó a trabajar en las plantaciones de azúcar. De noche, adormecidos todos y cada uno de sus músculos por la dura jornada, el niño Perfecto acercaba la cabeza al suelo y observaba entre las rendijas a los grandes magnates estadounidenses. Cegado por la luz blanquecina y los ases de diamantes, admiraba sus blancos trajes de hilo; sus sombreros de paja dorada, sus puros humeantes de dinero y felicidad.

Y fue en el seno de una noche cubana que Perfecto se juró a sí mismo que sería como aquellos caballeros. Prometió que algún día vestiría empolvadas galas de vainilla negra, bebería mojitos en cristal de bohemia y fumaría habanos infinitos de aromas inconfesables. Sus manos le recordaban que debía trabajar, y trabajando conseguiría todo aquello con lo que ni siquiera él mismo hubiera podido soñar.


5 comentarios:

Ainhoa dijo...

Me ha encantado *.*

muy bonito el texto

y no comento nada de los dibujos de Siddartha que ya sabe que dibuja muy bien (poe fin se para que era ese dibujo extraño que hacias el otro dia!!!)

moonriver dijo...

No sé por qué pero me ha recordado a "El Perfume".Ya tengo ganas de más.

nüSh... dijo...

Ainhoa.
Gracias
(aunque te hayan sobornado para que comentes... ajajajaj)

Moon,
¿puedo llamarte moon?
Puede que sea por el vino, o por el trabajo duro, o por la importancia que se da a los olores.
Puede.
Lo cierto es que "El perfume" es un libro maravilloso.
¿Más? Tiempo al tiempo

JOHNNY INGLE dijo...

Bueno, bueno... no sé yo si "Perfecto" es un nombre lo suficientemente sonoro y elegante...

En cualquier caso:
Tener las manos ásperas como lija de carpintero puede representar una ventaja evolutiva, y es que son muchas las profesiones lucrativas que se pueden ejercer con una cualidad así. Sin ir más lejos, podría ser un fontanero sin llave inglesa. Las manos ásperas se agarrarían a las tuberías como perfectas abrazaderas. También podría ser veterinario de los que traen yeguas al mundo metiendo las manos en el útero de las bestias, y tirando de las resbaladizas patas.

También puede ser un buen amante, ya que algunas mujeres de piel dura y correosa pagarían a un hombre con las manos lo suficientemente texturadas como para lograr sentir la caricia.

Por último, se podría emplear en una fábrica de barandillas. Su función sería subir y bajar escaleras apoyándose en el pasamanos. De esta forma, y sin necesidad de caras máquinas procesadoras, lijaría y daría lustre a los travesaños de madera o de acero que luego lucirían en palacios condales.

Por cierto, empecé a leer "El niño del pijama de rayas" y no lo superé. Desde luego, nada que ver con "El perfume".

Y otra cosa: esta noche vi dos capítulos de House y, por supuesto, me acordé de usted.

nüSh... dijo...

Amado Ingle.
¡¡¡Qué alegría recibirle en este nuestro hogar!!!
Antes de nada le diré que lo bonito de "El niño con el pijama de rayas es el final", cuando la realidad comienza a hacer acto de presencia. No obstante, tiene usted razón, nada como "El perfume".

Gracias por acordarse de mí durante House. Gracias.

Perfecto no es un nombre elegido, es el nombre real del protagonista (mi abuelo materno), y decidí no cambiárselo porque se trata de plasmar la realidad de la historia.
Tiene razón, es un nombre horrible, pero es el que hay y no pienso cambiarlo.

Las manos ásperas son entrañables (que no agradables), ya que tienen muchas historias que contar.

Besos, señor Ingle.
Espero verle más por aquí.