POR: |tixola|

Ana Rodriguez Rodriguez

Ylustraciones |cazo|

Siddartha Rodrigo Clúa

lunes, 14 de enero de 2008

Capitulo III; Rosalía


La señora Rosalía tiene ya 84 años. Camina despacio, encorvada, con el pelo grisáceo bajo el pañuelo negro-luto que ya casi forma parte de su marchito cuerpo. Se dirige a la iglesia, no sabe muy bien por qué, tal vez porque es costumbre y las costumbres no se han de romper nunca. El párroco es insolente y altivo, pero “non hai que facerlle” y ella no es nadie para cuestionar el poder de la Iglesia. No sabe leer, y escribe con dificultad su nombre.

Las manos retorcidas parecen las raíces de un árbol que lucha por fijarse al suelo. Las uñas ennegrecidas de arrancar hojas de grelo, berzas, nabizas y alguna que otra zanahoria. Le duelen los pies, torcidos y lentos. Las piernas hinchadas laten bajo tres enaguas. Siente que ya no puede más.

Llueve, como siempre, y la señora Rosalía recuerda mientras avanza a paso de tortuga. Acuden a su mente los años pasados. Cuando era una mujer fuerte, fornida. Tabernera de profesión nunca tuvo marido por ser considerada ·demasiado masculina”. Pero a ella le da igual, siempre le ha gustado estar sola. La piel curtida, resistente. La cara roja y brillante, enmarcada por una melena corta e hirsuta. Castaño claro, como las aves que anidaban en aquel árbol. El mentón peludo, los ojos llorosos, la boca de palabras firmes y certeras. “Rosalía a da taberna non anda con chiquitas”. Brazos fuertes como los del mejor hombre, espalda ancha, garganta quemada por el aguardiente, labios casi invisibles bajo el áspero bigote. “Unha muller de armas tomar”.

Ahora Rosalía ya no es lo que era. Siente las gotas de agua sobre sus brazos, pero no le molesta. Su espalda se ha torcido como respuesta a los gritos de la tierra que la vio crecer y que ahora la ve menguar. Ya no le queda nada. Nadie la recuerda. Siente que se ahoga, y no hace nada por remediarlo. Se sienta tranquila a esperar su fin, consciente de que hoy no llegará a tiempo a misa. Un muro de piedra la acoge sutilmente, casi con una caricia. Y allí se queda la señora Rosalía, esposa de almas en pena; inerte, transparente, agotada.

A nadie le importará su muerte, nadie se molestará en acudir a su entierro. Será sepultada en ese lugar al que nadie lleva flores nunca. Indiferente para la historia, doña Rosalía jamás volverá a blasfemar.

3 comentarios:

moonriver dijo...

Vaya,acabamos de conocerla y ya se nos ha ido.Sigo impaciente por descubrir la relación que hay entre los personajes y,sobre todo,la historia que hay detrás.

Ainhoa dijo...

Rosalia me ha recordado muchisimo a una señora del pueblo de mis abuelos O.O

Espero evr como sigue esto

moonriver dijo...

Pues la verdad es que Rosalía podía ser un personaje de Delibes o de Cela.Estoy súper enganchada a la historia.A ver si continúa pronto.